CAMINO AL INFIERNO
Te
encuentras sentado en una terraza, sosteniendo el periódico con ambas manos,
mientras llega el café solo que habías pedido. Ves que hoy también está la
pareja de Municipales que, al igual que tú, acuden cada mañana a la cafetería.
Les haces un gesto con la cabeza a modo de saludo y continúas leyendo.
Según
vas pasando las páginas, llegas a un titular que te llama la atención: DESALOJO.
Lees por encima el texto y compruebas que se trata, efectivamente, de un
desalojo llevado a cabo en uno de los barrios de tu ciudad. Te suena que había
ocupas en las escasas casas abandonadas y viejos talleres en desuso que
formaban el Infierno.
Hay
una imagen que ocupa casi media página. Un gran grupo de antidisturbios frente
a unas pocas personas sentadas en la acera. ¿Ahora era el momento? ¿Dónde irá
toda esta gente? Te preguntas mientras miras detenidamente la fotografía.
Te
terminas el café de un solo trago, doblas el Diario Vasco, lo dejas en la barra y entras al servicio
Al salir,
algo te tira de los hombros, como si te hubieran puesto un saco de cemento
sobre ellos. Se trata de una mochila y esta a reventar. De pronto, te llevas un
gran susto al verte las manos y la ansiedad incrementa al remangarte y
comprobar cómo toda tu piel se ha vuelto negra. ¿Qué ha sucedido?
De la
pesada mochila, cuelgan un sinfín de cachivaches que se balancean cada vez que
das un paso: pequeños elefantes, pañuelos, pulseras, llaveros, colgantes, collares,
incluso un par de fruteros plegables de madera.
Queriendo
preguntarles acerca de lo que te acaba de suceder, te acercas al grupo de
conocidos que se encuentran en la terraza pero, incluso antes de que llegues,
ves como sus cabezas se mueven de un lado para el otro: No gracias.
La
pareja de Municipales ha terminado el desayuno, se levantan y se dirigen hacia ti.
Sin pararte a reflexionar demasiado y descartando la idea de preguntarles nada
acerca de lo acontecido, piensas que marcharte será la mejor opción.
Comienzas
a seguir a tus pies, a donde ellos te lleven, sin rumbo ni destino fijo. ¿A
dónde voy?
Vas
paseando mirando al mar cuando un joven, con voz tímida, te pregunta por el
precio de dos pulseras. Te pilla desprevenido, no sabes qué contestarle y le
sueltas lo primero que te viene a la cabeza:
―Un
euro.
― ¿Por
las dos o un euro cada una?
―Por…las
dos.
Aun
y todo te da una moneda de dos y no te pide el cambio. Ves cómo se da la vuelta
y le entrega la pulsera a una chica que le espera a escasos metros.
Alguien
grita. Al principio te parece que dice algo incomprensible, sin sentido. La
gente se da la vuelta para ver de donde provienen los gritos, tú también. Al
voltearte descubres que se dirige a ti. Se trata de otro vendedor ambulante,
lleno de cachivaches y con una pesada mochila que cuelga de sus hombros. Mostrando
una amplia sonrisa, te choca la mano y te da un par de suaves toque en la
espalda.
Ha
empezado a anochecer y tú le sigues al paisano con el que te acabas de
encontrar. Supones que regresaréis a casa, hace un rato que habéis dejado el
centro de la ciudad, ahora vais por el arcén de una carretera en la que los
coches os adelantan a gran velocidad.
Por
delante va tu compañero, quien se ha metido por un estrecho camino hacia la
derecha, donde la tenue luz de unas farolas alumbra un oscuro barrio compuesto
por casas abandonadas y viejos talleres en desuso que forman el Infierno.
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