¡LA CALLE ES NUESTRA!
Todavía no serán ni las ocho y ya me está dando vueltitas pidiendo salir. Bostezo, me estiro, meto algo de agua en el cuerpo, ya que se me suele secar la boca al dormir y voy hacia él.
― ¡Ya vamos ya! con el fresquito que hará en la calle y con
lo a gustito que se está en la cama…
Me mira contento al comprobar que, efectivamente, vamos a la
calle. Comienza a dar cortos pero rápidos pasitos por el pasillo mientras, a
paso sosegado y tranquilo, me dirijo hacia la puerta.
Efectivamente, lo que pensaba, es una mañana fresquita. Más
bien fría, sin lluvia pero con un poquito de viento incluso. Con esfuerzo
atravieso la puerta que separa la casa de la calle y veo cómo él ya está en la
acera haciéndome gestos con la cabeza para que le siga. Miro alrededor y sí,
somos los primeros, los más madrugadores, los dueños de la calle.
Él va por delante, a paso más ligero, contemplando el
ambiente y disfrutando de la brisa mañanera que va llegando desde la mar. Sin
embargo yo, más tranquilo, olisqueo las esquinas que tengo marcadas en la zona,
poco a poco, hasta llegar a uno de mis sitios preferidos: Hierba Verde.
Ya no somos los únicos, Boby también está paseando a su
acompañante. Él va unos pasitos por delante y,
cada momento, echa la mirada hacia atrás vigilando que ella no se le
pierda. Como de costumbre, suele ir atentamente, con la cabeza agachada, mirando
a un pequeño aparato que sostiene entre manos y, como en más de una ocasión le
ha llegado a pasar, al levantar la mirada, se desorienta y no sabe dónde se
encuentra. Boby hace una gran labor.
Son días raros, diferentes. Yo por lo general suelo ir suelto,
alguna circunstancia de urgente necesidad se ha tenido que dar para que me aten
y en esos casos, me he solido parar y mirarles fijamente hasta que rectifiquen
su decisión. Me sueltan.
―Así si―. Continúo andando.
Sin embargo para Lukas y Timo no es habitual, es algo casi
nuevo. Por primera vez se les ve desfogarse correteando sueltos. Sueltos y en Hierba
Verde, un lugar con algún que otro árbol, hierbas, hojas y espacio para corretear
o pasear. Espacio que amamos, pero espacio restringido ya que, en cantidad de
ocasiones, suelen llegar los Hombres de Sirenas Azules, los que custodian Hierba
Verde. Nosotros ya tenemos asumido que, en cuanto los Hombres con Sirenas Azules
llegan, los acompañantes se lanzan a Hierba Verde para cogernos cuanto antes y
sacarlos de allí. Solo algunos pocos gozamos del privilegio de poder pisarla un
poco más. De todas formas, estos días los Hombres de Sirenas Azules parecen
estar en otras labores, por lo que Hierba Verde, al fin, está a disposición de
todos nosotros.
Lara parece no tener que estar resistiéndose a acudir, de
manera semi obligatoria y chantajeada por alguna que otra chuche, a la aburrida
cafetería que tanto le gusta a su acompañante, una mujer de edad avanzada. Son
días raros, diferentes, en los que las cafeterías, bares, restaurantes y
tiendas están cerradas, quedando la calle a nuestra disposición. Ahora es ella
quien insiste a la señora a regresar a casa, quien se resiste queriendo
permanecer más en la calle.
La joven acompañante y Nelly continúan como antes, dando su
paseo felizmente, suelta y mirándose mutuamente mientras caminan a paso ligero.
Con la diferencia de que esta vez anda tranquila y relajada, sin miedo a los estridentes
ruidos de las sirenas, los gritos, el jaleo o las bocinas de los conductores
impacientes. A las dos se les ve súper
felices disfrutando de la vuelta.
Yo también ya he dado mi paseo mañareno, he andado por
Hierba Verde, olisqueado mis puntos de marcaje y ya voy teniendo hambre, por lo
que me siento y me quedo mirándole, fija fijamente, sin parpadear. Momento de
cogerme en brazos, regresar a casa y desayunar. Más tarde, ya le volveré a
sacar.
Son días raros, diferentes, en los que como fieles y leales
compañeros que somos, no tenemos ninguna pega en sacar a pasear a nuestros
acompañantes. Teniendo precaución por dónde les llevamos ya que, ahora los Hombres
de Sirenas Azules es a ellos a quienes les llaman la atención según dónde
pisen. Por lo demás estamos haciendo una gran labor, es más, cada día, poco
antes de la cena, todos se asoman a sus balcones, desde donde comienzan a
aplaudir, cantar, bailar y yo, queriendo participar también, suelo salir a
ladrar. No sé a ciencia cierta el motivo por el que se produce ese bonito
momento, pero estoy seguro que en parte, es por todos nosotros también.
UNAI ALBERDI ALONSO
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