LA PIRULETA Y LA FLOR
Su padre no levantaba la mirada del teléfono, absorbido
por la conversación, iba caminando a paso ligero mientras que, ayudado por la
gran agilidad de su dedo pulgar derecho, con una sola mano, contestaba los
mensajes y con la otra agarraba la de ella.
Algo debieron de decirle a través del wassap que frenó el agitado ritmo que
llevaba y soltó la mano de la pequeña para así poder teclear mejor la pantalla
del móvil.
En ese momento, ella se fijó cómo acababan de pararse
bajo una marquesina donde había un hombre sentado al lado de un portal. Tenía
las piernas cubiertas por una manta, vestía una ancha cazadora algo sucia y
sobre su cabeza, llevaba un gorro morado de lana.
No paraba de mirarlo sumamente sorprendida hasta que el
hombre se dio cuenta y comenzó a hacerle muecas con la cara. De pronto se ponía
serio, cerraba con fuerza los ojos y, sin esperarlo, sonreía ladeando la cabeza
y sacando la lengua, lo que tanto a él como a la niña les provocó una gran
carcajada.
Miró a su padre y vio que los mensajes lo seguían
manteniendo ofuscado, por lo que volvió a mirar a aquel hombre que tan
simpático parecía.
La pequeña le enseñó la piruleta de colorines que
sostenía en su mano, a lo que el hombre puso cara de sorprendido y se relamió, dándole
a entender que lo riquísima que tendría que estar. Ella, dando pequeños pasos,
se acercó ofreciéndosela y, ante tan bonito gesto que le emocionó, rebusco por
los bolsillos de su cazadora hasta dar con una bonita flor de hojalata hecha
por él mismo. Con delicadeza, se la puso en la misma mano con la que la pequeña
agarraba la piruleta.
De repente parecía que el padre había zanjado la
conversación. Volvió a sostener el teléfono con una sola mano, cogió a su hija
con la otra y, al darse cuenta de la existencia del hombre, murmuró algunas
palabras.
― ¡Anda vámonos! Que estos no saben más que pedir y
pedir.
Volvieron a acelerar el paso y, mientras se alejaban, la
pequeña se giró para volver a mirar a aquella simpática persona que le había
regalado la flor. Él le lanzó u beso con la mano, al que ella respondió mientras
sostenía la piruleta y la flor.
Unai Alberdi Alonso
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