LA CHICA FLOTANTE

Es lunes por la tarde y a pesar del calor que desprenden los rayos de sol, hay menos gente en la recogida cala. Algún que otro bañista y parejas del pueblo que han salido a pasear, son los únicos que andan por la zona.


La chica coloca su toalla sobre una gran roca de superficie plana, guarda el vestido que se acaba de quitar en la bolsa y, quedándose con el bañador puesto, se dirige a la orilla.
El agua no se encuentra demasiado fría, estaría bien hacer una pequeña travesía a nado, pero el día de hoy pide a la mujer dejarse llevar. 

Tras acostumbrar el cuerpo a la temperatura, la mujer se deja flotar boca arriba, con los ojos cerrados, estiradas ambas piernas y los brazos a cada lado apoyados sobre el agua.
Un delicado vaivén provocado por las pequeñas olas la desplazan lentamente cada vez más lejos de la orilla, de la roca de superficie plana con la toalla y la bolsa de mimbre y, cada vez se va acercando más al espigón.

Poco a poco parece que la intensidad y la fuerza de las olas va incrementando. El viento es algo más frío y, a pesar de permanecer flotando relajadamente con los ojos cerrados, siente el paso de las gaviotas y cormoranes que merodean tranquilamente por la zona. 

Desde la lejanía se percibe el sonido de un motor, lo más probable es que pertenezca a una pequeña barca queriendo regresar a puerto. El sonido es cada vez más intenso hasta que, al poco tiempo, la pequeña embarcación pasa al lado de la mujer, provocando una serie de olas que, plácidamente, la dirigen hacia la orilla.

Se vuelven a escuchar las voces de los paseantes y la temperatura del agua incrementa. Pasa de fresquita a templada. El viento también va amainando.
Tras dos o tres respiraciones profundas, la joven pone los pies sobre la arena, el agua le llega sobre la cadera, la sensación de paz y tranquilidad es total.

La chica abre los ojos. Frente a ella ve a un grupo de buceadores que se preparan para subirse a la lancha, paseantes que vuelven hacia el pueblo y perritos que juegan en la orilla.
Tranquilamente regresa hacia sus pertenencias con una gran sonrisa. 

UNAI ALBERDI ALONSO

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