UN TRAJE PASADO DE MODA
Llega un momento en la vida en el que el traje que llevábamos
vistiendo desde hace años ya no nos sirve. Se nos ha quedado pequeño. Hemos crecido
y nos sentimos incómodos en él. Al principio empezó siendo flexible y ligero.
Siempre lo llevábamos puesto y no teníamos que rompernos la cabeza pensando qué
ponernos al día siguiente. Pero ahora nos incomoda. Está justo. Tan apretado
que no nos deja casi movernos. En cuanto hacemos cualquier movimiento cotidiano
nos tira tanto que a duras penas podemos seguir con nuestro día a día. Creo que
ha llegado el momento en el que hemos caído en la cuenta: es hora de cambiarnos
el traje.
Desde que tomamos contacto con la vida y comenzamos a ser
conscientes de la misma, nuestra mente va creándonos una vestimenta
personalizada con la intención de ayudarnos a desenvolvernos mejor ante los
sucesos que puedan ocurrir. Lo que en un principio parece una cómoda y flexible
prenda hecha de suave lana a la que poder dar uso día sí y día también, termina
convirtiéndose en una gruesa armadura de hierro forjado en la que ningún
problema amenazante de la vida pueda tan siquiera provocarle el más mínimo
rasguño.
Durante el proceso de elaboración de la prenda, nuestra
mente activa el sistema de alarma para poder prevenir ante cualquier
contratiempo que pueda ocurrir, poniendo en peligro nuestra existencia personal.
Pone a trabajar a todos sus guerreros cuya misión principal es protegernos de
problemas tanto reales como imaginarios. Cada uno de estos soldaditos que se
refugian tras las murallas de nuestra armadura, tiene la orden de atacar con
todas sus armas ante la más mínima amenaza percibida por su reina, la
mente. Es por lo que en muchas ocasiones nuestros guerreros internos, con la
mejor de sus voluntades, comienzan a ponernos tensos a través de diferentes
síntomas para poder liberar una dura batalla contra una amenaza imaginaria
creada por los pensamientos, que ellos pretenden prevenir.
Afortunadamente, llega el día en el que somos conscientes de
lo incómodo que es vestir semejante armadura. A demás ha comenzado a agrietarse
un poco, lo que permite descubrir los pequeños gurreros que se encuentran ocupando
sus puestos listos para atacar cuando se les dé la orden. Una vez que todo
nuestro sistema de defensa queda a la vista, es cuando se puede comenzar a
reeducar a la reina mente haciéndole ver que ya no necesitamos tanta
protección. Los sentimientos y emociones que tanto miedo o incomodidad nos
provocaban, ya no hace falta encarcelarlos en nuestra cueva interior, podemos
sentirlos y vivirlos sin ningún problema ya que no son una amenaza. Los
pensamientos tan raros o desagradables que de vez en cuando daba forma nuestra
mente, ya no los tenemos por qué calificar como intrusos ni tenemos por qué
pelear en contra de ellos pretendiendo que abandonen nuestro interior. Finalmente,
el miedo a quien tanto respeto y miedo teníamos, ya no nos provoca terror,
incluso podemos aceptarlo como una emoción más dentro de nuestra persona.
A través de la metáfora que os he presentado, me gustaría
dejar el mensaje de lo importante que es darnos cuenta de cómo nuestro miedo ha
tomado la responsabilidad de protegernos ante las situaciones que él interpreta
como amenazantes. Por ello ¿debemos de luchar en contra de nuestro miedo para
no volver a sentirnos incómodos? No, ya que estaríamos luchando contra una
parte de nosotros mismos. Una vez de que ya somos conscientes de cómo trabaja
nuestro miedo, debemos de aceptarlo, darle las gracias por querer protegernos
de los problemas y, acto seguido, pasar a la acción para poder demostrarle una
vez más de cómo el catastrofismo que nos había hecho ver y sentir no era real.
Por último, como consejo, te diría que te permitas sentir lo
que en estos momentos estás sintiendo. Sin miedo a sentir miedo. Sin miedo a
sentir culpa. Sin miedo a sentir vacío. Sin miedo a sentir pena. Sin miedo a
sentir rabia. Sin miedo a sentir alegría. Sin miedo a sentir duda. Sin miedo a
sentir incertidumbre… ya que es señal de que todas esas emociones que hasta
ahora los soldaditos habían tenido encarceladas en las cavernas más profundas
de tu interior, comienzan a ver la luz.
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